
Texto por: Ángel Armando Castellanos
Con una sonrisa nos dicen que no habrá sueldo, pero que nos pueden mandar a cubrir al artista que queramos para que le tomemos fotografías.
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“¡Puta, qué ofertón!”, pensamos sin el menor dejo de ironía. Porque de otra manera no podemos empezar a hacer periodismo sin quedarnos sin comer o sin venderle el alma a otro diablo.
Víctimas perfectas de la meritocracia, asumimos que se trata de eso, de ir escalando posiciones. Arrancar en un medio pequeñito, -sin presupuesto, que alguien con más experiencia decidió abrir soñando con la fórmula perfecta para que jale- hacer un gran trabajo -con las mismas condiciones que decenas de colegas- y llegar a otro mediano o directamente dar el salto a un gigante.
Y llegamos al mediano o al gigante. Un mediano, por supuesto, con más reputación que condiciones laborales apegadas a la Ley Federal del Trabajo. Y de nuevo, lo hacemos a partir de la idea de hacer periodismo, de contar algo que estamos viendo delante de un gran reflector.
(El mediano, por cierto, se cree mediano, pero está a un texto incómodo, a un “no” a un publirrelacionista, o a una ruptura interna de irse a la mierda con la misma facilidad que el pequeñito, que sigue soñando con ser mediano)
Corremos. Corremos mucho para salir del trabajo que sí mediomalpaga y llegar al otro trabajo que no paga, pero que nos gusta más.
Ahí estamos, tomando las fotos, entrevistando al artista, llorando de alegría y satisfacción después del acto porque creemos que lo estamos logrando, porque nos hacen creer que lo estamos logrando. Abrazando un sueño. Soñando que lo abrazamos aunque en el fondo las condiciones no den para que sea de verdad.
En la Explanada del Parque Bicentenario de la Ciudad de México historias como esta se repiten como una muletilla en conferencia de prensa, como un tartamudeo antes de pedirle la foto al artista al que acabamos de entrevistar y por lo que sentimos realización.
Casi todo el mundo está con ropa negra. Es un día triste por los asesinatos de Berenice Giles y Miguel Ángel Rojas. Los mataron mientras replicaban relatos -con matices, claro- como los de otrxs colegas.
“Está mal que a cambio de una fotografía los organizadores crean que pueden hacer lo que quieran con nosotros”, expresó una camarada mientras reclamaba el crimen cometido a partir de la negligencia.
Porque esta vez fue ECO Entretenimiento con Ocesa como una suerte de aliado estratégico. Pero hace cinco años y cinco meses pudo ser Live Talent en el malogrado Knotfest. Por cierto, van tres periodistas asesinados por omisión en el Parque Bicentenario. El Parque Bicementerio. El Parque Binegligente.
La anécdota del Knot resuena entre periodistas gráficxs: estaban empujando las vallas del pit y los del staff tuvieron que poner tubos para que eso no se viniera a abajo, porque si no nos hubieran aplastado mientras esperábamos a Evanescense.
“Me dijo que iba a perseguir el sueño”, contó una amiga de Berenice.
El sueño no fue respaldado por quien tenía que respaldarlo. Ni por Mr. Indie -el medio que se siente de clase media, pero que nunca fue (nunca pudo) para darle ni siquiera seguridad social- ni por ECO, ni por el Estado, especialmente por el Estado.
“Ella hace esto por amor”, expresa la mamá de una fotógrafa. “Nadie debería morir haciendo lo que ama”, se lee en un cartón colocado junto a unas veladoras a modo de ofrenda.
La zozobra se manifiesta. No son sólo Bere y Miguel. El riesgo ahí está y es para todxs. No es un problema individual, es colectivo, es de sistema.
“No puedes pasar con tu cámara”, le advirtieron a otro colega que había tratado de entrar a un show con boleto pagado y la intención de documentarlo.
Tuvo que revender su acceso ahí mismo -pero sin que se dieran cuenta los policías- y luego irse a casa con el equipo y la frustración de ver limitada su libertad de expresión.
Voces de periodistas que cubrieron el Ceremonia reclaman que a quien “se atrevió” a tratar de documentar los crímenes de Berenice y de Miguel Ángel se les exigió que borraran las imágenes y los videos. A uno lo sacaron a punta de policía del Parque.
¿Qué pretendían lograr con eso? Pasó a las 17:40 horas (minutos más, minutos menos, el hecho no cambia) del sábado y la noticia ya era noticia entre las 2 y las 3 am del día siguiente. ¿Qué pretendían ocultar?
El rostro se llama Luis Avilés. Lloró -o fingió llorar- por los crímenes, pero decenas de periodistas reclaman que fue el primero en querer ocultar el hecho. Luis es/era/fue el encargado de prensa de Eco Entretenimiento. Luis, fotógrafo, jugó un juego perverso: el de la mentira como tapadera del negocio, del show must go on como sea y pasando por encima de quien haga falta pasar, empezando por Bere y Miguel.
Medios con una línea editorial sumisa como Sopitas o UNO Noticias avisaron que se trataba de (palabras más, palabras menos) “dos muertos por una torre caída”. Si no se les nombra, no existen. Eran dos colegas. Dos colegas asesinados por la negligencia. Dos editorxs a los que les importó un rábano pasar sobre las identidades de ellos. Quesque el SEO, ¿no? Los números valiendo más que la dignidad. Los números valiendo más que la integridad.
El pronóstico de los boletines y las fotos oficiales en lugar de las acreditaciones ya se está pronunciando entre un sector del periodismo musical de la Ciudad de México. Si no hay periodistas, nadie sabe qué pasó y hay impunidad. ¿Quién mierda necesita al periodismo si un montón de influencers pagadxs pueden aburguesar cualquier evento? ¿Quién mierda los necesita?
Periodismo es antónimo de relaciones públicas. El Ceremonia fue la búsqueda incesante de las relaciones públicas a costa de cualquier cosa, hasta de la vida de colegas.
Por cierto ahí hay chelas.
“Es que ellos van porque quieren”, contó un miserable en redes sociales. El miserable no es que tuviera eco, es que tiene a un gemelo no reconocido en un grupo de Whatsapp donde un mal periodista de deportes (porque como dijo el grande Ryszard Kapuściński, “para ser buen periodista hace falta ser buena persona) expresó lo mismo.
“Vamos a seguir explotando acreditaciones”, expresó otra colega.
De nuevo resuena la frase de la velada: “Está mal que a cambio de una fotografía los organizadores crean que pueden hacer lo que quieran con nosotros”.
Y no, no es culpa de las víctimas de ayer, de hoy y de mañana, es del sistema que lo permite y lo promueve.
No es individual, es colectivo.