“Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield. La parte pequeña debe de ser el diablo”, dice Chapman en referencia al personaje de “El guardian entre el centeno”, su libro obsesión, en el instante que fue detenido por la policía, aquel trágico 8 de diciembre de 1980. John Lennon pereció y el mundo se unió contra el imbécil, contra el maniatico, el desgraciado: Mark David Chapman.
Ayer se cumplieron 36 años de la condena de veinte años a cadena perpetua de este sujeto en Attica Correctional Facility en Nueva York. Su recuerdo continúa con inquina, desaprobación, odio. El tipo que sufrió acoso escolar de niño y no le importaba. El joven adicto a las drogas, fanático de The Beatles y luego su principal enemigo, que luego buscó a Dios; en el Líbano ayudó al más necesitado, el suicida, el inestable, este, sí, mató a Lennon, lo arrancó del mundo.
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Chapman solicitó de nuevo su libertad condicional en 2016. Yoko Ono ha pedido con firmeza que no, nunca, teme por su seguridad y la de sus hijos. Desde luego fue negada, pero hay todo un debate respecto al tema.
Es curioso. Chapman confesó que cometió el crimen para ser famoso. Quería dejar su huella. Pero luego del suceso, se arrepintió. Se sentó en la banqueta frente al hotel Dakota y comenzó a leer al señor Sallinger, donde esperó su arresto.
Casi una parodia en el mundo real del antihéroe Dostoievskiano. Raskolnikov y Dimitri Karamazov debatieron intensamente en su fuero interno cometer el crimen o no. El primero sí lo hace, el otro no, pero ambos fueron condenados. Chapman “oía voces” su desequilibrio natural también lo había hecho considerar asesinar a Elizabet Taylor, Jaquelin Kennedy o al mismísimo Marlon Brando. Vislumbró un mundo con su nombre en la portada de los diarios, se idealizó (tal vez) como Charles Manson; el ideal romántico aplicado al hecho más controversial del alma humana: asesinar.
A 36 años de la condena de este señor, él afirma a pies juntillas que encontró la paz en Jesucristo y que pedirá perdón a Yoko Ono. Ya la encontró antes, puede extraviarse de nuevo. En un año podrá solicitar otra audiencia. A ya casi cuarenta años. ¿Valdrá la pena salir a una sociedad que te odia? Eso sólo lo sabe Chapman.